Primavera: estación de renovación

En muy pocos días iniciará la primavera. Ya conoces de los cambios que experimenta la naturaleza con la llegada de esta significativa estación. Las hojas de los árboles se tornan más verdes y brillantes; se acentúa el color de los pétalos y se hace más sutil el perfume de las flores. Incluso, las personas también cambian de manera evidente y se vuelven optimistas y se tornan más amables y sonrientes.

De momento, la tierra está seca, las lluvias se han ausentado en la mayoría de los pueblos, o cuando menos han escaseado. La cuaresma es característica porque en ella se acentúa la temporada de sequía. Son comunes durante esa época los llamados de la Corporación de Acueductos y Alcantarillados a ahorrar agua. Ese preciado líquido vital que solo apreciamos en todo su valor cuando carecemos de él.

Por su parte, las orugas comienzan a estirarse tras un pesado sueño, para escurrirse hacia el exterior por un agujero que hacen en su escondite, y gradualmente convertirse en mariposas. También las hojas encogidas para de ese modo retener el más mínimo indicio de humedad y las rosas están ansiosas en espera de la lluvia, estas últimas para expandir el colorido de sus pétalos y su exquisito aroma que atrae sin buscarlo a lejanas abejas.

La primavera es una estación de ilusiones, en ella todo se presta a hilvanar sueños. El recogimiento de las nubes estimula a disfrutar de la contemplación de las estrellas. Y el vuelo inesperado de los meteoritos hace pensar en la formación de nuevas islas que se quisieran habitar con la sola compañía del ser amado.

El verano, que sigue a la primavera es época de alegría, porque en él aparecen las lluvias abundantes. Se desata el desbordamiento de arroyos, ríos  y riachuelos y se humedece la tierra, a veces excesivamente. Es época de incursiones subrepticias de la muchachada a los ríos desafiando sus peligros y de las vacaciones escolares. Ya no hay preocupación por las tareas ni se mide el talento estudiantil por la capacidad de retener información en la memoria.

Siempre ha habido competencias entre estas dos estaciones. En la primera, la naturaleza se afana por restaurar su belleza perdida en el otoño y en la segunda, se acumulan recuerdos gratos por las vacaciones y los viajes que una parte limitada de la población tiene ocasión de realizar, tanto hacia el exterior, para visitar familiares, conocer lugares distintos o recrear la belleza de los ya conocidos, o bien internamente por ciudades y parajes de nuestra campiña.

La primavera se presta para el surgimiento de nuevos amores y el entierro de viejas tristezas, para leer o escribir poemas, para el despojo de la angustia y la timidez, y la certeza y afianzamiento de los proyectos del nuevo año, para aprender a mirar a los ojos, para sonreír cada vez con mayor frecuencia aunque no existan motivos justificativos para las sonrisas, para disfrutar de antemano de los sueños, aunque no se tenga la certeza de su concreción.

Pero tenemos que tener en cuenta que, aunque la primavera es una estación de renovación, los seres humanos somos enfermizos y estamos expuestos a ser víctimas de los procesos que con frecuencia se desarrollan en esta época. Claro, esto no implica que se mantenga la mente en constante tensión con el propósito de conseguir una pista de que se aproxima o inicia una enfermedad para tomar sobre ella una delantera ventajosa.

Debemos sacar de la despensa de nuestro interior “cosas nuevas y cosas viejas” que no sean de utilidad. Subamos a la locomotora de nuestros sueños y recorramos los cambios de la naturaleza, y al verlos, también cambiemos nosotros.