Para que podamos entender este concepto, es vital que “tratemos” de dilucidar primero ¿qué se entiende por riqueza?
La riqueza es abundancia, es decir, usted posee “algo” en cantidades mayores que muchos desearían tener. Por ejemplo; usted posee riqueza de intelecto o podría tener; riqueza espiritual o, quizás, abundancia filosófica…y por ahí seguimos.
Estos conceptos de riqueza parecen olvidados para las últimas generaciones de los últimos … ¡dos mil años! Imagínense ustedes cuantas lluvias y tornados no han pasado por la tierra desde que el hombre olvido, que la riqueza era más que un asunto material.
Más o menos 500 años antes de que Yahshuah (el que salva) es decir, Jesús, nos “insinuara” a través de la cruz que “crucificarse” era “ceder” nuestro bienestar por los demás, un grupo de pensadores vertía y daba galas de abundancia socio-filosóficas que fueron tildadas como la “real riqueza”.
Alcanzar estos pensamientos “hermetistas”, donde se daban por sentado los siete principios quánticos de lo qué y cuales “conocimientos” son básicos para alcanzar “esa riqueza física” en este estado material breve y transitorio, era el empeño mayor al que el hombre dedicaba su tiempo.
La riqueza era el conocimiento. Lo material, se sobreentendía, era lo necesario para mantener el mismo estado material del hombre apto para desenvolverse en esa búsqueda mayor.
Bastaba alimentarse y dormir placenteramente. No “gularse”, no ofuscarse de mucho, no aspirar a un gran castillo sino a lo necesario. Una pequeña habitación era más que mucho.
Las distracciones materiales, entendían estos, no colaboraban en nada ya que “ocupar” el pensamiento en algo prestado, es decir, algo que no formaba parte de la realidad que estaba más allá de todo lo creado por el hombre.
Entendían que “somos un algo creado de un más allá por algo más allá de nuestra imaginación” y que “pertenecíamos a ese más allá ya que abandonamos nuestra propia constitución material olvidándonos de todo y todos los que conocimos sin regresar a recuperar nada”.
Consecuencia de estos pensamientos, el hombre anterior dedicaba sus esfuerzos a vivir calidad de tiempo.
Hoy en día nuestros esfuerzos están concentrados en sobrevivir. Una lucha por alcanzar un bienestar material que “eventualmente” nos “dará” el tiempo para meditar y “vivir” una vida…más tranquila.
En ese empeño se nos van los años y solo cuando llegamos a la vejes nos vemos obligados a quedarnos inmóviles y meditativos. Reconocemos lo absurdo que fuimos en buscar abundancia material y vemos, en muchos casos, como son dilapidados nuestros esfuerzos por nuestros hijos y extraños que ellos se encargaran de buscar.
La única riqueza que perdura y también perece como todo es la que cultivamos en nuestro intelecto. El tiempo, que todo lo borra, se encargara de arrebatárnosla cuando nos alcance la locura que tal vez sea el mayor y ultimo gozo.
El dinero podrá comprarlo todo, hasta ciertas “desconciencias”. Podrá brindarnos una buena casa, un buen carro, una hermosa mujer o un príncipe encantado, pero nunca podrá surtirnos de la sensibilidad desprovista del deseo a las cosas que nos hacen esclavos.
El pensamiento ha de permanecer libre porque lo contrario nos hace ser lo que no somos y lo que uno no es no existe. Se desperdicia esta oportunidad terrenal en ese afán.
Para estar, hace falta mirarse adentro, reconocerse breve y pasajero. Producto de un misterio dentro de otro misterio. Caminar lento y ligero. Tomar y soltar, hacer y deshacer. No vivir sin detenerse sino detenerse a vivir.
La riqueza material es la única riqueza que puede ser arrebatada. La abundancia es más rica cuando se posee interiormente. Irremediablemente atada y como parte de uno. Es la única que se da sin perderla y encima, tiene la virtud de multiplicarse por los siglos de los siglos. ¡Salud! mínimo caminero