Por: Petra Saviñón, periodista de RD.
La adolescente halló al animalito tirado en la calle, cuidado por un perro. Era un gatito pequeño, según la veterinaria de alrededor de 45 días. Travieso y juicioso, una mezcla llamativa. Mezcal de Jengibre, lo nombró.
En su correteo, el tintinear del collar llenaba la casa y su tacto para determinar dónde debía hacer las necesidades asombraron. Incluso, la gata que ya ocupaba un espacio de la vivienda aprendió de su ejemplo.
Un día enfermó y la chica lo llevó al veterinario, al poco ya estaba como cosecha en flor pero solo pasaron tres días y la desacertada decisión de fumigar cerca de su área tomada por esta adulta que escribe, acabó con su chispa.
Quizás haya arriba un mundo felino más allá del terrenal que reciba a Mezcal de Jengibre juguetón y disciplinado, un santo y noble seno. Así sea.
Bien pudiera este deseo concretarse allí, en la dimensión cualquiera. Mientras, aquí abajo no deja de ser una paradoja cómo en el lugar al que fue llevado para protegerlo lo encontró la muerte, causada por un descuido que arrancó gritos hondos de dolor.
Un accidente que dejó a quien narra lágrimas a raudales, con ráfagas de pena honda, truenos en la conciencia y un pesar en el pecho, como si una montaña hubiera instalado su hábitat en la caja torácica.
Dentro del desconsuelo, conforta saber la cantidad de gente sensibilizada con la protección a los animales, con el compromiso de acolchonarles la vida, de hacerlos parte de su hogar. Preciso esto es lo que provoca mayor dolor, llegan a ser parte de la familia y qué bueno que lo sean.
Una sociedad que protege y respeta a sus miembros vulnerables y cuida a los animales aunque esté en decadencia todavía es salvable.
Buen viaje, Mezcal de Jengibre.