Sin temor a equivocarme, no he vivido la experiencia de ver en el Estado dominicano un ejemplo como el que pudimos apreciar en el ministro Orlando Jorge Mera, que demostró que las posiciones gubernamentales no deben ser usadas para enriquecerse, para vanagloriarse, para pisotear, para defraudar, sobre todo, a un pueblo que ha perdido la fe en sus políticos, en sus funcionarios. El vino a ser una especie de redentor de una utopía llamada honradez.
Señor Presidente, tiene usted la gran responsabildad de que el pueblo sepa valorar la gran diferencia que existe entre un funcionario corrupto y un funcionario honesto.
Orlando Jorge Mera no solo le fue leal a su confianza, la que usted depositó en el como todo el pueblo dominicano depositó en usted en las últimas elecciones presidenciales. Tampoco defraudó a su familia, a sus fenecidos padres, a sus hijos, a su esposa y murió de una forma vil por defender su honor y su palabra comprometida con usted y con el pueblo dominicano como un gran colaborador haciendo su trabajo con las directrices que siempre entendió de usted.
No serviría de nada el ejemplo de Orlando si en su gobierno se permitiere que funcionario alguno hiciera uso de su posición para enriquecerse, para defraudar al pueblo que tanto ha confiado en usted y en sus buenas intenciones, por tal razón, señor Presidente, le exhorto seguir siendo implacable, oigase bien señor Presidente, seguir siendo implacable con cualquiera de sus subordinados que intente surcar un camino diferente al que Orlando Jorge Mera nos enseñó y supo cumplir a cabalidad aquella frase célebre del presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy cuando dijo, “Desde la presidencia, no es el mejor lugar para hacer nuevos amigos, ni siquiera para mantener a los viejos amigos.”
Tiene usted, señor Presidente, toda la responsabilidad de mantener viva esa flama de decoro que demostrara en su ejercicio público el hoy asesinado ministro de medio ambiente quien se aferró al decoro y pagó con su propia vida la entereza de enfrentar la corrupción que tanto daño le ha hecho a nuestro país.
Súmese usted, señor Presidente, con el mismo arrojo, con el mismo temple de no dejarse seducir del miedo y las amistades de aposento para que no haya sido en vano el sacrificio de ese joven que nunca, por su sonrisa, pudimos verlo como todo un adulto, si no, como un joven que representó a una generación que tanta duda ha dejado por ser proclives a las tentaciones del enriquecimiento ilícito y prematuro.
Con todo el respeto y admiración que le profeso, señor Presidente, espero que mis humildes palabras salidas del seno del pueblo corriente le sirvan de reflexión, señor Presidente.