Por: Petra Saviñón, periodista de RD.
La ciudad, desde el punto de vista urbano y abarcador, es el espacio fuera de lo rural que respira progreso, bonanza, ascenso. Ese lugar que llama a tantos que dejan tanto para acudir a la invitación de adentrarse en sus fauces. Sí, en su boca enorme, llena de sorpresas.
Así, a algunos puede irles de lo más lindo en la urbe, triunfan, amplían horizontes, avanzan hacia metas, las logran y de vez en cuando vuelven a su hogar, a sus orígenes a exhibir ese bienestar, esa abundancia.
A otros ¡ayyy! el despelote en todos los órdenes, los traga la miseria de los bordes, esa periferia más cruda que la que pudieran vivir en las zonas que dejaron para buscar porvenir, impulsados por la pobreza, por la imposibilidad de ingresar a universidades, aunque haya cerca.
Unos que sí pueden, llegan a estudiar y hacen su lar para siempre, porque en sus demarcaciones no hay sedes de universidades, lo que ya al parecer será cada vez menos motivo, pues prolifera la construcción de extensiones.
Igual, pese a esta ampliación de posibilidad habrá quienes siempre por razones académicas salgan de su casa a la metrópoli, sobre todo al Gran Santo Domingo, pues tienen la posibilidad de conocer gente “importante” y de garantizar el futuro y el de la familia que los engendró, que ya procrearon o tendrán.
A otros la mudanza le es impuesta por la ilusión de que en los pueblos grandes hay mayores oportunidades para trabajar, en lo que sea y dejan padres y hasta prole para aventurar en tareas como motoconcho o buhonería.
De este grupo, muchos, incluso con títulos de bachiller, que poco les ha servido, ya que la falta de centros para aprender oficios los limita. Ahí la importancia de los politécnicos, que deben pulular por todo el país.
De este modo, las diferencias abren abismos y es posible que incluso dos compueblanos que estudiaron juntos la secundaria, estén en franjas muy distintas de una misma ciudad, que uno habite en un sector acomodado y el otro en el cordón de miseria que lo bordea.
Es la vida.